Asoleábase la baba a la vera del río cuando cinco ranas, una a una, circunspectas treparon a lo largo de su rectilínea anatomía. Mansamente, cruzó la ribera.
–De un bocado las devorarías– grajeó un flamenco, sorprendido.
–Son venenosas– contestó aquélla, fastidiada, engulléndolo seguidamente.